Repasamos los mitos y tradiciones más comunes en Asturias anteriores al Halloween
Hace no tanto las tradiciones eran un importante elemento de identidad, de refuerzo de una comunidad normalmente agrícola. Es lógico que con el refalfiu del Halloween a muchos nos asalte una sensación de vacío ante una celebración cuya única finalidad, después de todo, es el consumo y la ostentación. Y es que nuestra sociedad aún no tiene los dos pies fuera de ese mundo campesino, un mundo marcado por el ritmo de las estaciones. Así, sabemos que los gaélicos (irlandeses) conmemoraban, tras la cosecha, el Samain (literalmente, el «final del verano»). Y aunque se presupone que otros pueblos célticos contaban con festividades similares, no hay documentación muy extensa al respecto. Por otro lado, Manuel P. Villatoro señala que los romanos, también un pueblo indoeuropeo, honraban ese día a la diosa Pomona, la deidad del otoño y de las manzanas. Con el Papa Gregorio III vino la cristianización, trasladando la festividad de los «Mártires Cristianos» (Todos los Santos) al 1 de noviembre, para hacerla coincidir con la fiesta pagana. Esto es, «All Hallow’s Eve», abreviada como Halloween, sería la traducción al inglés de lo que nosotros llamamos «víspera de Todos los Santos», una celebración cristiana salpicada de tradiciones de origen pagano más o menos similares en toda Europa.
La cosa no quedaría en un simple anglicismo si no fuese porque la festividad que -literalmente- se nos vende no es sino un remake comercial fruto del cine y el marketing, alejado de las tradiciones del Oíche Shamhna o Halloween llevadas a Norteamérica por los emigrantes irlandeses. Y ya no digamos de las propias. Pese a todo, la resistencia a esta cultura manufacturada no siempre está exenta de contradicción. De hecho, en los últimos años se ha instalado la moda de enmascararlo bajo el nombre de Samaín, como pretendiendo dotarlo de mayor autenticidad, pero pasándose por el arco del triunfo la tradición asturiana. ¿Acaso llamarlo en irlandés nos resulta menos ajeno que hacerlo en inglés?
Ponerse a la defensiva tampoco es una opción. Si Halloween ha venido para quedarse, aprovechar su tirón podría ser una oportunidad para reinterpretarlo en clave asturiana, y recuperar así una parte de una parte de nuestro patrimonio hoy cercano a la desaparición. Lo contrario será como empeñarse en luchar contra un fantasma.
Aquí te traemos algunos mitos y tradiciones asturianas de la Nueche d’Ánimes o la viéspera de Tolos Santos recogidas por el etnógrafo Alberto Álvarez Peña.
1. L’AMAGÜESTU DE DIFUNTOS
Una de las costumbres más arraigadas consistía en hacer amagüestos, una reunión que, si bien se repetía lo largo del otoño y el invierno, la solemnidad de la víspera de Tolos Santos obligaba dejar un puñado de castañas bajo un tapín de hierba, para aplacar el hambre de los difuntos. En este sentido, si restallaba alguna castaña, significaba que un ánima había conseguido salir del purgatorio. La tradición de dejar comida o agua en la puerta de las casas y los camposantos tuvo continuación hasta la década de 1940, al igual que la celebración de banquetes sobre las tumbas de los antepasados, tal y como sigue haciéndose hoy en México durante el Día de Muertos. Hablamos de rituales, sin embargo, tan antiguos y extendidos como perseguidos, ya desde tiempos de Alfonso X «el sabio».
2. AFURACAR CALABACES
La costumbre de vaciar calabazas (nabos, mucho antes que la hortaliza americana) está ampliamente registrada en todo el norte de España hasta la segunda mitad del siglo XX. La tarea correspondía a los niños, quienes colocaban este calabazón iluminado con velas en las puertas y ventanas o en las encrucijadas de caminos, donde se supone que se aparecen las ánimas.
3. LA GÜESTIA
Por aquellos lares podía uno encontrarse fácilmente con los espíritus, pues durante la Nueche d’Ánimes la frontera entre el mundo de los vivos y de los muertos se desdibujaba por unas horas. El peor infortunio para el caminante era toparse con la Güestia, una «hueste» o procesión de almas en pena. Nada de lo que los muertos ofreciesen podía aceptarse, pues ello conllevaba convertirse también en difunto y vagar con ellos por toda la eternidad. De igual manera, tampoco convenía contrariarlos. Si convidaban a comida lo mejor era simular que se masticaba, de lo contrario no habría sal de frutas capaz de aplacar tan fatal destino.
4. LA MAR QUE DEVUELVE A LOS MUERTOS
En algunos pueblos pesqueros, como en Cuideiru, no se podía salir a faenar. Los pixuetos preferían arriar las velas y quedar en tierra esa noche ante el temor de que al recoger las redes éstas saliesen repletas de los huesos de aquellos marineros que habían perecido ahogados. Aunque no era el único peligro con el que se podían encontrar:
«Antiguamente los pescadores de Cudillero no salían a la mar la noche de todos los Santos ni la del día de la Encarnación. Pero una vez, la noche de todos los Santos, salieron dos lanchas a la pesca y al pasar frente a la concha de Artedo, vieron que, sobre el agua, casi a orilla de tierra, ardían muchas luces. Los marineros enfilaron las proas de sus lanchas hacia aquellas luminarias y rema que rema, porque allí las olas rompían con mucha fuerza, llegaron allá y vieron llenos de miedo, que las luces eran producidas por huesos que había puesto allí la Güestia».
(Aurelio del Llano, Del folckore asturiano, 1977)
5. L’AGUINALDU
Nada de ese fusilable «truco o trato». Los dulces había que ganárselos, como en Antroxu, por lo que los chavales salían con las caras embadurnadas de ceniza -sin disfrazarse- a pedir cantando por las casas, donde la recompensa solía consistir en chorizo, longaniza, castañas o avellanas. Y si había suerte, algún frixuelu (el terror de Pablo Casado).
«Queden con Dios señores
Nosotros con Dios nos vamos
Hasta l’añu venideru
Qu’en so casa mos veamos»
Por el contrario, si no recibían nada:
«Allá arriba n’aquel altu
Hai un perru cagando
Pa los amos d’esta casa
Que nun me dan aguinaldu.»